Estados Unidos ha empezado a seguir de cerca a ciertos creadores de contenido mexicanos. No por su fama, sino por su posible relación con el crimen organizado. Son los llamados narcoinfluencers, personas con miles de seguidores que, desde sus redes sociales, terminan siendo parte del aparato de propaganda de los cárteles.
No es solo que hablen bien del narco o lo glorifiquen. En muchos casos, moldean la conversación pública, atraen a jóvenes interesados en ese mundo y hasta se prestan —aunque sea sin querer— al lavado de dinero. La preocupación de las autoridades norteamericanas no es nueva, pero ha ido creciendo.
En enero, en Culiacán, alguien repartió volantes con una lista de 25 nombres. Todos eran influencers relacionados con el narcotráfico. Al menos seis ya fueron asesinados. Aunque el volante era anónimo, encendió las alarmas en Washington y reforzó sospechas sobre el papel de estas figuras en redes sociales.
La señal más clara llegó el pasado 6 de agosto. El Departamento del Tesoro de Estados Unidos sancionó a tres líderes del Cártel del Noreste. Pero también incluyó a Ricardo Hernández Medrano, conocido como “El Makabelico”, un rapero e influencer. Según la investigación, sus conciertos y regalías servían para lavar dinero del grupo criminal.
¿Qué ganan los cárteles al usar influencers? Más allá del dinero, ganan poder narrativo. “Un influencer les presta su prestigio digital para moldear la conversación: normaliza el lujo, vende la idea de ‘benefactores’ que reparten despensas y desacredita a rivales o a las autoridades”, explica un influencer consultado. Así, se moldea la percepción de toda una comunidad.
Cuando esa versión se repite lo suficiente en el ‘feed’ de las redes, la violencia empieza a parecer lejana o incluso justificada. Poco a poco, la gente deja de ver al narco como amenaza y lo empieza a ver como parte de la vida cotidiana. Algunos hasta los respetan o los admiran por lo que muestran en redes.
También ganan algo muy valioso: acceso directo a los jóvenes. Los videos, los corridos y la estética buchona son una puerta de entrada emocional. Prometen pertenencia, respeto, dinero y fama. Ese gancho puede llevar desde “hacer un paro” en algo menor hasta convertirse en parte de la estructura delictiva.
Para la DEA y los fiscales estadounidenses, eso ya es motivo suficiente para abrir una investigación. Porque no se trata solo de imagen, sino de cómo esa imagen puede conectar con reclutas, normalizar la violencia y blanquear el dinero detrás del crimen organizado.
El uso de influencers también ayuda a reforzar una legitimidad simbólica. Un patrocinio, una rifa “por una buena causa” o la foto con una celebridad dan la idea de que el narco está integrado al tejido social. Aunque sea fachada, funciona como escudo. Pocos se atreven a confrontar a quien parece querido por el barrio.












